miércoles, 22 de diciembre de 2010

Parte4/4-Aprender a educar sin gritos,ni castigos

Ayudar a los niños a resolver conflictos emocionales


P
Responder con amor a una agresión entre hermanos
Cuando mi hijo Lennon tenía cuatro años, empezó a molestar, a veces de forma agresiva, a su hermano de un año de edad, Oliver. Como este comportamiento era nuevo en nuestro hogar, al principio no pensamos mucho en ello, simplemente le decíamos que parase de hacerlo y no le hacíamos mucho caso. Dos semanas más tarde, cuando estaba sola con Lennon, le expresé mi amor por él y le dije que era una persona maravillosa. Su respuesta fue como una sacudida: “Tú no me quieres. Soy terrible”.
“¿Por qué?”, pregunté con ansiedad, y él me respondió: “Porque le hago daño a Oliver”. Un niño que nunca había recibido un castigo y que siempre había sido alegre y encantador estaba allí sentado ante mí sufriendo celos, y estaba desarrollando una pobre imagen de sí mismo.
Aquel día empecé a abrazar a Lennon cada vez que molestaba a Oliver. Sé que esto puede sonar como un premio, y no solo para nosotros los adultos. Un niño que se siente mal por dentro no ve que se esté portando mal. Ve que siente un dolor muy profundo, soledad, falta de amor y pérdida de control. Yo respondí a su petición de ayuda y amor, dándole lo que necesitaba.
Me di cuenta de que mi reacción inicial estaba basada en el miedo, y por eso mismo era contraproducente. Cuando le expliqué a Lennon que le estaba haciendo daño a su hermano y le pedí que dejara de molestar, fue entonces y solo entonces cuando reforcé sus sentimientos de “ser malo” y él los internalizó. Si yo hubiera seguido enseñándole que estaba haciendo algo malo, puede que hubiese acabado por convertirse en un abusón resentido. En lugar de eso, cambié mi comportamiento y respondí a su necesidad de amor.
Descubrir la fuente del problema –los celos– me llevó a dedicarle a Lennon un montón de tiempo en exclusiva y a levantar la imagen que él tenía de sí mismo. “Tengo tanta suerte de vivir contigo”, “Eres tan importante para mí”, “Te quiero”, son palabras que compartimos en el tiempo que pasamos juntos. Si le hacía daño a su hermano, yo le detenía con amabilidad (retirando al bebé, en lugar de apartarlo a él, si era posible), le daba mi amor, y le decía “Veo que quieres hacerle daño a tu hermano. Es normal que te sientas así. Te quiero lo mismo cuando quieres hacerle daño. Cuando crezcas serás capaz de controlarte a ti mismo, pero por ahora yo te voy a ayudar”. Y le ayudé hasta que recuperó su energía y su amor por la vida, por sí mismo y por su hermano pequeño.
Hay muchas historias como esta en mi familia y en las familias con las que trabajo. El denominador común en todas ellas es la confianza en el niño. Si el niño “se porta mal”, es que está sufriendo y tiene una razón válida para hacer lo que hace. Si nuestra respuesta compasiva no ayuda, eso no significa que tengamos que abandonar la confianza y la aceptación. Más bien, significa que tenemos más que aprender, que la causa es más profunda de lo que podemos ver, y que todavía no hemos resuelto el enigma. Tenemos que seguir buscando o buscar a alguien que nos pueda ayudar.
Puede que nos resulte difícil dejar nuestras reacciones emocionales a un lado. Nuestra rabia, preocupación y problemas no resueltos de nuestra propia niñez pueden ser obstáculos que nos hagan más difícil el prestar ayuda al niño. Cuando me parece que no puedo evitar esa reacción emocional, me aparto de la escena (no tiene por qué ser físicamente), me tomo un respiro y me doy un “tiempo aparte” a mí misma. Trato de conectar con el centro de mis emociones, y me cuestiono la validez de mis pensamientos, expectativas y creencias. Y siempre encuentro que no son verdad, y que sin esos pensamientos negativos yo consigo ser la madre amorosa que deseo ser.
Cuando se les valida y se les escucha, los niños descargan sus trastornos emocionales por sí mismos de forma creativa. Es importante permitir que el llanto siga su curso, mientras le damos al niño nuestra atención total, y desarrollar la capacidad de atender las rabietas y las expresiones de ira. Jugar haciendo ruido, dejarse llevar por la risa tonta o chillar puede ser beneficioso emocionalmente. Aparte de irnos a otra habitación, o pedirle al niño que juegue en otra habitación, o incluso afuera, todo eso no tiene “cura”. Más bien, esos comportamientos son la propia cura, la forma en que el niño se cura a sí mismo de muchos de los trastornos que sufre en su vida diaria. Los niños tienen una capacidad mágica para dirigir sus propias escenas dramáticas. Podemos confiar y aprender de ellos.
Esta puesta en mis padres
Cuando hacemos frente a un comportamiento de nuestro hijo o hija que nos altera, tenemos dos opciones. Podemos responder desde nuestro miedo, o podemos dudar de nuestros pensamientos y descubrir por qué el niño está actuando así. Una vez hayamos comprendido eso, podremos responder con amabilidad, y no con juicios o de forma controladora.
Aunque a veces los padres pueden necesitar la ayuda de un consejero o consejera, desarrollar la confianza y la capacidad de escuchar y conectar siempre es un buen camino hacia una vida familiar armoniosa y unos hijos saludables emocionalmente y con confianza en sí mismos.
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4 comentarios:

  1. Porque la forma de tratarlos, de hablarles,de escuharles es fundamental en el desarrolo afectivo de los niños,intentemos hacerlo mejorar y estar atentos

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  2. Estoy totalmente de acuerdo. La forma de tratar a los niños creo que influye mucho en su desarrollo posterior

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  3. A veces tienes más ganas de pegar un grito que de actuar sentarte ha hablar y explicar las cosas , pero eso al final se acaba notando y crea un mejor ambiente familiar y un mejor ejemplo .
    Gracias por la lectura .

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  4. Nunca habia pensando en enfocar la situacion desde ese punto de vista , gracias por la informacion

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